El viernes, al salir de currar, fui a la peluquería. Como de costumbre, le di a la Srta. Peluquera las tres pautas básicas (muy cortito, con la nuca despejada y que no tenga obligación de peinarme a diario) y, por lo demás, le dije que hiciera lo que tuviera por conveniente.
Esta táctica a veces da unos resultados estupendos, y otras veces sales de la pelu hecha un adefesio. Todo depende del talento/lo inspirado que esté ese día aquél en cuyas manos pones tu cabellera.
Qué se le va a hacer, peligro es mi apellido.
El tema es que, a más inri, le dije que mejor no me peinara mucho, por aquello de que según saliera me iba a poner el casco y, claro, no iba a servir de demasiado que ella invirtiera su tiempo, y yo mi pasta, en un peinado que iba a durar escasos tres minutos.
Salí de la peluquería con ganas de llorar, convencida de haberme convertido, previo pago, en un niño recién salido de un cole de frailes.
Una vez habiendo pasado por casa, haciendo el justo uso del bote de espuma y de estas manos que Dior me dió, habida cuenta de que no iba a volver a coger la moto, me peiné y me puse bien mona, recuperando mi escasa femineidad y algo de mi autoestima. Y, sobre todo, huyendo de los monjes benedictinos que me perseguían para castigarme por no ir a clase.
En definitiva, peinándome un poquillo resulta que el corte tiene aceptable éxito de crítica y público.
Pero eso no me tranquilizaba, porque (joder, lo dije bien claro) no quiero verme en la obligación de peinarme cada día, antes y después de coger la moto.
Esta mañana me he pasado 10 minutos delante del espejo asumiendo que apartir de ahora, entre semana, mi nuevo nombre será Fray Julián, por ejemplo.
Pero, oh, sorpresa (y hora viene el porqué del título del post), al entrar en el despacho me ha dicho una chica "Qué guapa estás, con ese flequillo que te han dejado eres clavadita Audrey Hepburn (sí, he tenido que buscar en google cómo se escribe el dichoso apellido) en Desayuno con Diamantes".
Coño, no es mal piropo, no.
Claro, que la chica ésta es mi empleada (por así decirlo) y le pago un pastón. Qué menos que hacerme la pelota, ¿no?
Pero, mirad, a nadie le amarga un dulce. Y a una le hace ilusión que la comparen con la Hepburn. Así que ahora estoy feliz cual perdiz con mi corte de pelo, sin peinar ni nada.