LUNES 7 DE AGOSTO DE 2006
Es una mierda que blogger no me deje subir fotos, porque tenía una espectacular para ilustrar este día.
Tras tomar el tradicional desayuno que comprábamos en el badulaque de enfrente al hotel y nos papeábamos sentados en un poyete de la calle, cogimos el metro, línea 1, hasta South Ferry, donde se toma el ferry que te lleva a la Estatua de la Libertad.
En el metro nos acojonamos porque de repente decían por los altavoces algo acerca de que unos vagones llegaban a South Ferry y otros no, pero no lo entendíamos muy bien. Tuvimos suerte y nuestro vagón llegaba.
Una vez allí, tras atravesar Battery’s Park (que, tal y como dice la canción, it’s down, al contrario que el Bronx, que it’s up) y después de que una amable señora nos explicase que los tickets que ella vendía eran para el ferry que NO para en la Estatua, y nos indicase dónde se compraban los del ferry que SI para, nos pusimos en una cola de tamaño considerable para comprarlos.
Como estos señores son expertos gestionadores de colas, ésta pasó en un pis pas y compramos los tickets para el ferry y el audiotour que Quic no quería y yo sí y que costaba una pasta (por supuesto, siempre me salgo con la mía). Y nos pusimos en una cola aún más grande pero que, gracias a esa estupenda gestión, pasó también relativamente pronto.
Al final de la cola había un señor que tenía un… a ver si consigo describir lo que era… una especie de tambor de metal, dado la vuelta, es decir, boca arriba, que tocaba introduciendo un palo en su interior y dándole vueltas (lo que describo no se parece en nada a la realidad, me temo) y según pasaban los turistas el tipo les preguntaba de dónde eran y acto seguido tocaba de forma increíble una canción típica o relacionada con el país. Si no recuerdo mal a nosotros nos tocó el himno nacional.
Cogimos el ferry y empezamos, bueno, empecé, que a Quic le tocaba un pie, me temo, a acojonarme con el tema de que nos habían estafado con el Audiotour, porque no nos lo daban, y yo había convencido a Quic para que nos gastáramos una pasta en semejante gilipollez. Insulté gratuitamente a diestro y siniestro, pues en cuanto desembarcamos había enfrente un puesto con un cartel enorme en el que te daban el Audiotour en tu correspondiente idioma.
Muy gracioso el Audiotour en cuestión, con la sudamericana que te contaba las cosas con un tono dramático nada apropiado y con el sonido enlatado que iba dando ambiente a la historia. Pero me sirvió para conocer cosillas interesantes.
Por ejemplo, que en los pies de la Estatua hay unas cadenas rotas, que la estructura interior la hizo Eiffel (cosa que sospechaba pero de la que no estaba segura), que inicialmente era dorada, bueno, color cobre, que es el material del que está hecha y que cuando se oxida se torna verde (sabía que los residuos de cobre son verdes, pero no imaginaba que una estatua de cobre pudiera volverse tan tan verde) y que Mr. Pulitzer consiguió el dinero que hacía falta para terminarla haciendo una campaña de aportaciones populares a través de su periódico.
Y, por último, que a los neoyorkinos no les hacía nada de ilusión la Estatua inicialmente, pues consideraban que era francesa, no suya, pero luego le cogieron cariño, principalmente gracias a la campaña de Pulitzer.
Allí comimos unos perritos y volvimos en el ferry a Manhattan (pasando de bajarnos en Ellis Island, que no nos llamaba nada la atención) y nos pateamos el Lower Manhattan, principalmente por el Financial District.
Fraunces Tavern, Charging Bull, Wall Street, la Estatua de George Washington, rascacielos, contrastes, Trinity Church y gente muy trajeada en pleno agosto (en los tíos es más normal, pero flipé de ver a tanta tía con pantalón y chaqueta de traje con el calor que hacía) y la Zona Cero, que hoy en día no es más que un solar de una obra cualquiera, pero que sobrecoge más que nada por los recuerdos que todos tenemos del famoso 11-S. Acojona ver lo enorme del solar y recordarlo lleno de humo, de escombros, con la gente corriendo… Sobrecogen los carteles, las pintadas, las flores, los mensajes…
Y, por supuesto, compramos un montón de cosas, hoy principalmente libros. Muy a destacar una librería de Fulton St., cuyo nombre no recuerdo, pero en la que había muchísimos libros más que apetecibles a precios muy buenos.
Terminamos el recorrido en los muelles, donde nos sentamos a leer un poquito, con el puente de Brooklyn de fondo y donde luego disfrutamos de una cervecita y un cigarrito en una terraza muy agradable.
Una vez descansaditos fuimos a Times Sq., donde cogimos el metro al hotel para ducharnos y cambiarnos.
Ya limpitos y guapitos, nos encaminamos a un garito cerca (+/-) del hotel, que venía recomendado en nuestra guía y que además tenía otro al lado en el que tomarse una copichuela después.
Pero no existía ya, ni el de las copas tampoco. Así que insultemos gratuitamente a la guarrilla que escribió la guía, que, además, la muy puta, hace alabanza de que no se pueda fumar en los garitos.
Volvimos hacia el hotel e intentamos cenar en un Japo (Tokio Pop), pero ya estaba closed, así que cruzamos hacia uno que se llamaba Carne, y en el que en honor a su nombre nos comimos unas hamburguesas que nos supieron a gloria bendita.
En el metro nos acojonamos porque de repente decían por los altavoces algo acerca de que unos vagones llegaban a South Ferry y otros no, pero no lo entendíamos muy bien. Tuvimos suerte y nuestro vagón llegaba.
Una vez allí, tras atravesar Battery’s Park (que, tal y como dice la canción, it’s down, al contrario que el Bronx, que it’s up) y después de que una amable señora nos explicase que los tickets que ella vendía eran para el ferry que NO para en la Estatua, y nos indicase dónde se compraban los del ferry que SI para, nos pusimos en una cola de tamaño considerable para comprarlos.
Como estos señores son expertos gestionadores de colas, ésta pasó en un pis pas y compramos los tickets para el ferry y el audiotour que Quic no quería y yo sí y que costaba una pasta (por supuesto, siempre me salgo con la mía). Y nos pusimos en una cola aún más grande pero que, gracias a esa estupenda gestión, pasó también relativamente pronto.
Al final de la cola había un señor que tenía un… a ver si consigo describir lo que era… una especie de tambor de metal, dado la vuelta, es decir, boca arriba, que tocaba introduciendo un palo en su interior y dándole vueltas (lo que describo no se parece en nada a la realidad, me temo) y según pasaban los turistas el tipo les preguntaba de dónde eran y acto seguido tocaba de forma increíble una canción típica o relacionada con el país. Si no recuerdo mal a nosotros nos tocó el himno nacional.
Cogimos el ferry y empezamos, bueno, empecé, que a Quic le tocaba un pie, me temo, a acojonarme con el tema de que nos habían estafado con el Audiotour, porque no nos lo daban, y yo había convencido a Quic para que nos gastáramos una pasta en semejante gilipollez. Insulté gratuitamente a diestro y siniestro, pues en cuanto desembarcamos había enfrente un puesto con un cartel enorme en el que te daban el Audiotour en tu correspondiente idioma.
Muy gracioso el Audiotour en cuestión, con la sudamericana que te contaba las cosas con un tono dramático nada apropiado y con el sonido enlatado que iba dando ambiente a la historia. Pero me sirvió para conocer cosillas interesantes.
Por ejemplo, que en los pies de la Estatua hay unas cadenas rotas, que la estructura interior la hizo Eiffel (cosa que sospechaba pero de la que no estaba segura), que inicialmente era dorada, bueno, color cobre, que es el material del que está hecha y que cuando se oxida se torna verde (sabía que los residuos de cobre son verdes, pero no imaginaba que una estatua de cobre pudiera volverse tan tan verde) y que Mr. Pulitzer consiguió el dinero que hacía falta para terminarla haciendo una campaña de aportaciones populares a través de su periódico.
Y, por último, que a los neoyorkinos no les hacía nada de ilusión la Estatua inicialmente, pues consideraban que era francesa, no suya, pero luego le cogieron cariño, principalmente gracias a la campaña de Pulitzer.
Allí comimos unos perritos y volvimos en el ferry a Manhattan (pasando de bajarnos en Ellis Island, que no nos llamaba nada la atención) y nos pateamos el Lower Manhattan, principalmente por el Financial District.
Fraunces Tavern, Charging Bull, Wall Street, la Estatua de George Washington, rascacielos, contrastes, Trinity Church y gente muy trajeada en pleno agosto (en los tíos es más normal, pero flipé de ver a tanta tía con pantalón y chaqueta de traje con el calor que hacía) y la Zona Cero, que hoy en día no es más que un solar de una obra cualquiera, pero que sobrecoge más que nada por los recuerdos que todos tenemos del famoso 11-S. Acojona ver lo enorme del solar y recordarlo lleno de humo, de escombros, con la gente corriendo… Sobrecogen los carteles, las pintadas, las flores, los mensajes…
Y, por supuesto, compramos un montón de cosas, hoy principalmente libros. Muy a destacar una librería de Fulton St., cuyo nombre no recuerdo, pero en la que había muchísimos libros más que apetecibles a precios muy buenos.
Terminamos el recorrido en los muelles, donde nos sentamos a leer un poquito, con el puente de Brooklyn de fondo y donde luego disfrutamos de una cervecita y un cigarrito en una terraza muy agradable.
Una vez descansaditos fuimos a Times Sq., donde cogimos el metro al hotel para ducharnos y cambiarnos.
Ya limpitos y guapitos, nos encaminamos a un garito cerca (+/-) del hotel, que venía recomendado en nuestra guía y que además tenía otro al lado en el que tomarse una copichuela después.
Pero no existía ya, ni el de las copas tampoco. Así que insultemos gratuitamente a la guarrilla que escribió la guía, que, además, la muy puta, hace alabanza de que no se pueda fumar en los garitos.
Volvimos hacia el hotel e intentamos cenar en un Japo (Tokio Pop), pero ya estaba closed, así que cruzamos hacia uno que se llamaba Carne, y en el que en honor a su nombre nos comimos unas hamburguesas que nos supieron a gloria bendita.
6 comentarios:
y me pregunto yo..., no cantabas:"nunca di nunca jamás",y te imaginabas a Fievelvolando con las palomas??, mira q saldrá la estatua en mil sitios y peliculas pero para mi es Fievel, y es de las cosas que no me atraen demasiado, pero supongo iré a ver.
Ylos libros eran en castellano o en ingles??, muchas dudas tengo
Maldita zorra, la de la guía. Eso sí que jode, porque me imagino que en NYC es complicado cenar a partir de cierta hora, menos mal que encontrasteis "Carne". Por lo que veo vuestro viaje ha sido bastante agotador, claro que la ocasión lo requería.
No creas, Sue, en NYC puedes hacer casi cualquier cosa a casi cualquier hora, me atrevería a decir. No olvides que es la capital del mundo (juás) libre. Perdón: la Capital Del Mundo Libre (juás).
En todo caso, ATT, muy bien el relato (¿no llegásteis a Statten Island?) y, por favor, dale una colleja a Quic por dejado y vago de cojones.
Jaja, yo tambiém me imaginaba al señor Palomo con Fievel según leía el relato.Hasta me parece haber visto a la señora Libertad guiñando un ojo.
Cierto lo de Statten Island, es de las únicas o si no la única cosa gratis en NY, es una gozada cogerlo al anochecer para ver las vistas de Manhattan de noche con todos los edificios iluminados, nosotras lo cogimos y nada más llegar nos volvimos, sin más para ver las vistas. Y de la Estatua poquito pq. no fuimos, la vimos desde Manhattan y desde el barco y va que chuta que tampoco es nada del otro mundo.
Sigue, sigue...
Ah y se me olvidaba, nosotras vimos un campeonato de Street Basket cerquita de Wall Street, pero eso sí, era sábado, con lo que el financial district estaba completamente vacío y allí que estaban un montón de negratas jugando a basket, qué envidia me dieron, por dios!
Publicar un comentario