MARTES 8 DE AGOSTO DE 2006: MIDTOWN MANHATTAN – ONU – NY DE LOS INMIGRANTES.
Tras el desayuno habitual comprado en el badulaque nos dirigimos al Midtown Manhattan a patear un poquillo. La idea era ir al MOMA, pero cuando llegamos allí resulta que los martes estaba cerrado, así que decidimos emplear la mañana en ver unos cuantos sitios sueltos que nos interesaban, para por la tarde ir a lo que en nuestra guía se llamaba el NY de los inmigrantes.
Empezamos por el Empire State Building, al que se supone que todo turista ha de subir una vez en la vida para contemplar las vistas de la ciudad. Yo no haré eso jamás, porque mi vértigo y yo somos así de patéticos, qué se le va a hacer.
De allí caminando a Grand Central Terminal, a flipar un poquito recordando a Elliot Ness y la famosísima escena del carrito de bebé. Y a la ONU, a fardar de ciudadanos del mundo intelectuales y gafapastas, y a que Quic hiciera verdadero arte fotografiando las banderas.
Ya desfallecidos paramos a comer y una vez repuestas las fuerzas nos dirigimos a Chinatown, previo paso por la US Courthouse, y por el lugar en el que se encontraban los cinco barrios o pueblos que se reflejan en Gangs of New York. Lugar que, sin mi guía a mano en este momento, no sé ni nombrar ni describir con propiedad.
Me flipó Chinatown, me quedé impresionada, no lo imaginaba así, tan, tan, tan… chino. Ahora, que no es por comentar, ni por insultar gratuitamente, ni nada, pero hay que ver qué mal huele Chinatown, joder.
A destacar el hecho de que presenciamos una pelea entre un chino delgaducho y un chino más grande y borracho. Expectantes ante la posibilidad de presenciar un rollo ninja nos quedamos un ratillo observando, pero todo quedó en eso, meras expectativas.
A continuación nos pateamos Little Italy (en la foto), un derroche de colorido, pizzerías, tratorías y horteradas… muy italiano todo.
Allí compramos unas maravillosas estampas de El Padrino y de Scarface. Porque estos italianos están tan orgullosos de su mafia, y les es un negocio tan provechoso, que todas las tiendas estaban llenas de merchandising de Scarface e imágenes de Tony Montana, quien, si no me equivoco yo mucho, de italiano no tenía nada.
En fin… Acabamos el tour del NY de los inmigrantes (por el que Marco te cobraba 75 dólares por cabeza) pateándonos un poco de zona judía, llenita llenita de galleteros, y haciendo unas estupendas fotos de contrastes de los suburbios con el Empire State.
Nos pasamos por la tienda del Madison Square Garden, no para comprar compulsivamente, sino para hablar con el gerente de la misma, que es español y todo un centro de información en lo que a ver basket en NY se refiere. Pero no estaba, así que quedamos en volver al día siguiente.
Al hotel, cambiarnos, ducharnos e intentar nuevamente cenar en el Tokio Pop, que esta vez estaba lleno. Fuimos a un restaurante que había enfrente pero que no recuerdo cómo se llamaba, ni tampoco qué cenó Quic. Sólo recuerdo que yo tomé un pollo demasiado especiado. Recuerdo también que, tras esperar un rato en la barra para conseguir una mesa de terraza, resultó luego que, por extrañas y ridículas razones que no alcanzo a comprender, en las terrazas tienen zonas de fumadores (que no suelen ser más de tres o cuatro mesas) y el resto de la terraza es de no fumador. Dada mi suerte, por supuesto me tocó una mesa de no fumadores y vi mi gozo hundido en un profundo y mugriento pozo.
MIÉRCOLES 9 DE AGOSTO DE 2006: MADISON SQ- CHELSEA- MOMA – RUCKER
El tour del miércoles empieza donde terminó el del martes, en el Madison Sq. Garden buscando información sobre basket urbano. D.G., el gerente de la tienda del Madison, fue muy amable con nosotros, como por lo visto lo es con todo el que va a pedirle ayuda. Nos explicó cómo llegar al Rucker, uno de los playgrounds más famosos de NY (aunque un libro que se compró Quic – sobre playgrounds – no incluía éste entre los cinco mejores de Estados Unidos), que está en Harlem, concretamente en la W155St con la 8ª Av.
Una vez con la información pertinente bien aprendida, nos fuimos a dar una vuelta por el barrio de Chelsea, el barrio gay de NY y el centro de las galerías de arte, después de que los artistas más importantes dejaran el Soho debido al encarecimiento de los alquileres.
El tour por este barrio empezó en el Hotel Chelsea, famoso por muchísimas cosas entre las que destacaremos que en él se rodó la peli “León, el profesional” (lo que me acordé de ti, hermanita). Caminamos mucho por este curioso barrio, repleto de galerías de arte situadas entre talleres mecánicos.
Al final del recorrido nos encontramos con un cartel en una pared que rezaba “Viva Pedro” y anunciaba un ciclo de pelis de Almodóvar. Lo cual nos provocó un shock del que debíamos recuperarnos, o no, el caso es que acabamos en una terracita tomando una cerveza.
De allí al MOMA, pasando por el Radio City Music Hall y comiendo unos estupendos perritos en la puerta. Como esta vez el museo sí que estaba abierto, pues pagamos religiosamente y entramos.
Yo no tengo ni puñetera idea de arte, y de arte moderno aún menos, así que la crítica intelectual se la dejaré a Quic, para el caso de que alguna vez en su vida quiera actualizar su blog.
Sólo diré que casi muero de una pulmonía, porque estos señores no tienen ni puta idea de lo que significa moderar un poco la temperatura del aire acondicionado, y una es tan espabilada que en plena ola de calor no se le ocurrió meter en la maleta algo con lo que resguardarse de la gélida temperatura del interior del museo.
Una vez finalizada la visita express (tampoco puedes pegarte días enteros en el museo, cuando tienes una semana para exprimir NY al máximo) salimos a disfrutar del calorcito de la calle.
Volvimos a Penn Station y cogimos el tren D, camino de W155 St., con tiempo de sobra, porque D.G. nos había explicado que esta tarde había un partido de la liga del Rucker, y que había que estar allí una hora antes si querías coger sitio.
Pero, oh maldición, resulta que el tren D por las tardes es express, y no para en todas las estaciones, entre ellas, casualidades de la vida, en la 155. Y allí que estábamos Quic y yo, en un tren en el que no había más de 10 blancos, adentrándonos en Harlem, a escasas horas de anochecer, sin saber dónde tendría a bien parar el conductor y sin saber qué tren no-express teníamos que coger luego para volver, bien al Rucker, bien al hotel.
Y en estas que un chico que había estado oyéndonos discutir sobre nuestras posibilidades de sobrevivir, se nos acercó y nos preguntó a dónde queríamos ir. Nos explicó lo de que el D por las tardes era express, y que en la primera estación que parase nos bajásemos y cogiésemos en sentido contrario el tren B, que hace el mismo recorrido que el D, pero para en todas las estaciones.
Eso hicimos y por fin llegamos al Rucker, temiéndonos que no encontraríamos sitio ni de coña, porque llegábamos mucho más tarde de lo previsto.
Salimos y nos encaminamos a la cancha, que estaba prácticamente vacía, nos sentamos en la grada sol (que es la que estaba vacía, porque nos daba algo más que respeto sentarnos en la de sombra en la que sí había gente – téngase en cuenta que éramos los únicos blancos en kms. a la redonda, y cantaba que éramos unos pobres pardillos de turismo-). Nos sentamos… esperamos… flipamos viendo cómo juegan al baloncesto los niños (y ojo, las niñas) en este lugar… seguimos esperando…oyendo constantes sirenas de policía… acrecentando poco a poco nuestra sensación de estar en la auténtica ciudad sin ley… y sin gente blanca (miento, vimos dos blancos en toda la tarde - por cierto, uno de ellos creemos que era el que hace de novio de Amèlie -)… y tras horas de que, en realidad y pese a nuestros temores y prejuicios, no pasara nada más allá de gente yendo y viniendo (estamos convencidos de que había un partido programado y se había suspendido, porque mucha gente venía, esperaba, hacía una llamada y se largaba), nos piramos al hotel.
Nos cambiamos y, por fin, conseguimos cenar muy ricamente en el Tokio Pop.
El tour del miércoles empieza donde terminó el del martes, en el Madison Sq. Garden buscando información sobre basket urbano. D.G., el gerente de la tienda del Madison, fue muy amable con nosotros, como por lo visto lo es con todo el que va a pedirle ayuda. Nos explicó cómo llegar al Rucker, uno de los playgrounds más famosos de NY (aunque un libro que se compró Quic – sobre playgrounds – no incluía éste entre los cinco mejores de Estados Unidos), que está en Harlem, concretamente en la W155St con la 8ª Av.
Una vez con la información pertinente bien aprendida, nos fuimos a dar una vuelta por el barrio de Chelsea, el barrio gay de NY y el centro de las galerías de arte, después de que los artistas más importantes dejaran el Soho debido al encarecimiento de los alquileres.
El tour por este barrio empezó en el Hotel Chelsea, famoso por muchísimas cosas entre las que destacaremos que en él se rodó la peli “León, el profesional” (lo que me acordé de ti, hermanita). Caminamos mucho por este curioso barrio, repleto de galerías de arte situadas entre talleres mecánicos.
Al final del recorrido nos encontramos con un cartel en una pared que rezaba “Viva Pedro” y anunciaba un ciclo de pelis de Almodóvar. Lo cual nos provocó un shock del que debíamos recuperarnos, o no, el caso es que acabamos en una terracita tomando una cerveza.
De allí al MOMA, pasando por el Radio City Music Hall y comiendo unos estupendos perritos en la puerta. Como esta vez el museo sí que estaba abierto, pues pagamos religiosamente y entramos.
Yo no tengo ni puñetera idea de arte, y de arte moderno aún menos, así que la crítica intelectual se la dejaré a Quic, para el caso de que alguna vez en su vida quiera actualizar su blog.
Sólo diré que casi muero de una pulmonía, porque estos señores no tienen ni puta idea de lo que significa moderar un poco la temperatura del aire acondicionado, y una es tan espabilada que en plena ola de calor no se le ocurrió meter en la maleta algo con lo que resguardarse de la gélida temperatura del interior del museo.
Una vez finalizada la visita express (tampoco puedes pegarte días enteros en el museo, cuando tienes una semana para exprimir NY al máximo) salimos a disfrutar del calorcito de la calle.
Volvimos a Penn Station y cogimos el tren D, camino de W155 St., con tiempo de sobra, porque D.G. nos había explicado que esta tarde había un partido de la liga del Rucker, y que había que estar allí una hora antes si querías coger sitio.
Pero, oh maldición, resulta que el tren D por las tardes es express, y no para en todas las estaciones, entre ellas, casualidades de la vida, en la 155. Y allí que estábamos Quic y yo, en un tren en el que no había más de 10 blancos, adentrándonos en Harlem, a escasas horas de anochecer, sin saber dónde tendría a bien parar el conductor y sin saber qué tren no-express teníamos que coger luego para volver, bien al Rucker, bien al hotel.
Y en estas que un chico que había estado oyéndonos discutir sobre nuestras posibilidades de sobrevivir, se nos acercó y nos preguntó a dónde queríamos ir. Nos explicó lo de que el D por las tardes era express, y que en la primera estación que parase nos bajásemos y cogiésemos en sentido contrario el tren B, que hace el mismo recorrido que el D, pero para en todas las estaciones.
Eso hicimos y por fin llegamos al Rucker, temiéndonos que no encontraríamos sitio ni de coña, porque llegábamos mucho más tarde de lo previsto.
Salimos y nos encaminamos a la cancha, que estaba prácticamente vacía, nos sentamos en la grada sol (que es la que estaba vacía, porque nos daba algo más que respeto sentarnos en la de sombra en la que sí había gente – téngase en cuenta que éramos los únicos blancos en kms. a la redonda, y cantaba que éramos unos pobres pardillos de turismo-). Nos sentamos… esperamos… flipamos viendo cómo juegan al baloncesto los niños (y ojo, las niñas) en este lugar… seguimos esperando…oyendo constantes sirenas de policía… acrecentando poco a poco nuestra sensación de estar en la auténtica ciudad sin ley… y sin gente blanca (miento, vimos dos blancos en toda la tarde - por cierto, uno de ellos creemos que era el que hace de novio de Amèlie -)… y tras horas de que, en realidad y pese a nuestros temores y prejuicios, no pasara nada más allá de gente yendo y viniendo (estamos convencidos de que había un partido programado y se había suspendido, porque mucha gente venía, esperaba, hacía una llamada y se largaba), nos piramos al hotel.
Nos cambiamos y, por fin, conseguimos cenar muy ricamente en el Tokio Pop.
4 comentarios:
Mi único comentario a esta entretenidísima y suspensiva entrada: mirar el skyline desde el Empire State Building no da nada vértigo. Te lo digo yo que soy tremebundamente vertiginoso: ahí estuve como un campeón con una ventolera de temblar mirando en derredor. Así que ya lo sabes para la próxima vez :-D.
estimada att,
en caso de hacer un viaje por aquellas tierras, seguiré vuestra ruta a pies juntillas... me ha parecido superinteresante y muy bien contado!!
al indio de quic, le dices que ya le vale, que esperamos deseosos su versión del viaje!!!
Joe!!! como os lo montaissssssss que envidía (pero de las de verdad). Yo tan solo puede ver los taxis amarillos en la puerta del areopuerto de N.Y haciendo escala pa Miami. Sigue disfrutando!!!
leon, mi amado leon, y que divertido perderse y acojonarse en el tren, es lo mejor de los viajes
y aun no habia comentado nada, pero que envidia de perritos
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