Me piro, por fin, de vacaciones. En unas horas abandonaré este despacho, esta mesa, este ordenador, para no verlos más hasta septiembre.
31.7.06
On the town.
Me piro, por fin, de vacaciones. En unas horas abandonaré este despacho, esta mesa, este ordenador, para no verlos más hasta septiembre.
26.7.06
Historias de piscina.
Yo no tengo piscina en casa, ni en la de mis padres, ni en la casa de la playa. Lo más parecido a una piscina que hay en mi entorno es una piscina vacía, con filtraciones y con la depuradora rota que hay en casa de Mari-Ici, y una piscina hinchable para niños tamaño industrial que ha puesto Mari-Ici en su jardín (para suplir las carencias de la otra) y en la que me he remojado este verano una sola vez.
Todas las semanas me planteo ir al menos un par de veces a la piscina pública, pero por unas cosas u otras al final no voy. Sin embargo, me encanta la piscina, me gusta casi más que el mar, aun cuando la considero mucho menos higiénica.
Todos mis recuerdos de verano de mi niñez (y por niñez me refiero a todo el tiempo transcurrido desde que tengo memoria hasta que empecé a currar, y a tener sólo un mes de vacaciones) van estrechamente ligados a una piscina en concreto, en la que recuerdo haber pasado prácticamente los mejores ratos de mi vida.
Y no sé por qué le tengo tanto cariño a esa especie de alberca, cuando en las piscinas en general he tenido experiencias verdaderamente atroces. A saber, a modo de ejemplo:
- Contaba yo con más o menos tres añitos, y me daba miedo subir al trampolín alto de esa piscina en concreto de la que digo tener tan buenos recuerdos. Uno de mis hermanos mayores, concretamente con 19 años más que yo, me convenció para subirme con él, bajo la vil argucia de prometerme tirarse conmigo en brazos, de pie y sin soltarme hasta que entraramos en el agua. Acepté, subimos a aquél trampolín cuya altura no recuerdo (pero creedme, era muchísima, sobre todo comparada con la mía en aquella época), me cogió en brazos, saltó y en el preciso instante en que sus pies tocaban sólo el aire, no sólo me soltó, sino que realmente me lanzó hacia arriba, empecé a dar vueltas y finalmente estrellé mi panza contra el agua en un acto doloroso que aún hoy, 23 años después, me pone los pelos de punta recordar.
Qué leche no me daría que todos mis hermanos, presentes en aquél cruel y doloroso momento, se tiraron a por mí al agua ante el unánime pensamiento de "la niña s´ha matao".
- Desde entonces le tuve terror a las alturas, a los puentes y a ese trampolín en concreto. Terror que se me ponía en el corazón y en la garganta cada vez que veía a uno de "los mayores" hacer el gilipollas saltando de ese trampolín, pero, en lugar de hacerlo hacia el frente, hacerlo de lado, desafiando la posibilidad de hostiarse contra el trampolín mediano (que estaba en la trayectoria lateral) o, en su defecto, contra el bordillo de la charca.
Eso le ocurrió unos cuantos años después a un hombre al que no conocía, que se tiró de lado y se abrió la cabeza contra el bordillo. Creo recordar que no murió, pero que fue un acontecimiento que podríamos calificar como muy desagradable.
- De por sí aquella piscina era un desafío contra la higiene, principalmente porque los miércoles hacíamos en ella fiestas con barra libre de cerveza y sangría que duraban hasta altas horas de la madrugada y en las que, os podéis imaginar, en la piscina se derramaban toda clase de líquidos (con y sin tropezones), excepto cloro precisamente. Ahora, que nosotras, ni cortas ni perezosas nos metíamos en la piscina al día siguiente de las fiestas, no sólo para limpiar el fondo y paredes de la misma, sino, muy principalmente, para agenciarnos la pasta que se le había caído a la gente que, voluntaria o forzosamente, se había dado un chapuzón con toda la vestimenta.
Mítica es aquella vez que, a la mañana siguiente a una fiesta, encima de una mesa fueron encontradas dos huellas humanas, y, entre las mismas, una excreción de considerable dimensión (una pedazo de mierda, vaya). Vale que no es en el agua piscinera, pero es su entorno, así que me vale como anéctoda de piscina.
- Y, por último, no puedo dejar de contar otra experiencia, en otra piscina, pero del mismo modo, altamente desagradable. Fui con mi hermana mayor y con una amiga de aquella epoca colegial a una piscina capitalina. Como era un dia de libertad sin padres, nos hinchamos a comer guarrerías, a tirarnos "a bomba", a corretear y a jugar, hasta que forzosamente hubimos de abandonar la piscina bajo riesgo de que nos obligaran a limpiar el estropicio que mi amiga hizo al vomitar en el agua los tropecientos frigopies que se había comido. Estropicio que yo incremente al vomitar ante la asquerosa imagen que regurgitación rosadita de mi amiga flotando en el agua.
Umm, qué ganitas de verano, de piscina y de sardinas asadas.
18.7.06
Tiempo libre.
11.7.06
Malena es un nombre de tango.
5.7.06
Lazos familiares.
La imagen que veis a la izquierda no tiene nada que ver con el post de hoy, sino que es uno de los cuadros de los que hablaba ayer.
Es tan bonito que no he podido resistir la tentación de colgarlo. Y como este blog lo escribo yo, al que no le guste, que se joda.
Pero como digo, lo que vengo a contar no tiene nada que ver. Hoy vengo a hablar de mi familia. De mi familia paterna, concretamente.
Sólo tengo el (dudoso) placer de conocer a mi familia paterna más directa: tíos y primos hermanos (y de estos últimos creo que no les pongo cara a todos). En mi defensa diré que son muchos, mucho mayores que yo y, en su mayoría, bastante indeseables, al menos ésa es la impresión que me he llevado en lo poco que he tratado con ellos.
La cosa es que tengo un primo (segundo, o tercero, qué sé yo) al que hasta ayer sólo conocía de oidas. Se dedica a lo mismo que yo, y como tenemos un apellido curioso, muchas veces he oído eso de "Anda, te apellidas TT, ¿no conocerás a B.TT?" ante lo que yo salía con un trastabillado "Si, bueno, creo que es mi primo, pero no, no lo conozco".
Esta escena tuvo lugar ayer, en una sucursal de mi banco. Escasos minutos después el Sr. del banco me dijo "Mira, ése que entra es tu primo". Y me lo presentó.
Estuvimos hablando unos minutos y resulta que hace unos meses coincidimos en una reunión familiar y ni siquiera recordábamos habernos visto. El hombre del banco no daba crédito. Joder, que en esa reunión había unas 100 personas y yo no tenía ningún interés en hablar con todas ellas. Me dediqué a beber cerveza y hablar con aquellos que de antemano sabía que me caían bien, la mayoría de ellos mis hermanos.
Bueno, también entablé conversación con dos "nuevos" primos, pero es que estaban realmente de muy buen ver, y merecía la pena el esfuerzo...
Pero, a lo que iba, el tio del banco se quedó realmente flipado de que tuviera un primo (ojo, primo lejano) al que no conociera. ¿Por qué esa manía de la gente con que la familia ha de estar unida? ¿Y si me caen mal? Porque no es sólo que muchos de mis primos paternos me caigan mal, sino es que alguno de mis hermanos (somos un porrón) me cae fatal, joder.
¿Por qué tengo que relacionarme con ese ser más allá de lo estrictamente necesario? ¿Sólo porque nos parió la misma (santa) mujer? ¿Y con mi primo B.TT? ¿Tengo que conocerle sólo porque mi padre y el suyo tienen algún tipo de parentesco que ninguno de los dos acertamos ayer a concretar?
Pues eso, que entre que el del banco flipa con que no conozca a mi primo y que mi hermano el indeseable se empeña en llamarme cada fin de semana para que vaya a su infecta casa a cenar con mi "mozo" (es él el que usa esa expresión, que conste), estoy de la familia perfecta hasta los mismisimos.
4.7.06
Es que los cuadros visten mucho.
El sábado pasado Quic y yo nos pusimos el disfraz de Kristian Pielhoff y nos dedicamos a vestir la casa (siempre me ha hecho mucha gracia esta expresión).