Total, que llegan las 11 y allá que me voy yo tan pichi hacia el Juzgado en mi Severa del alma, con tiempo suficiente por si surgiera algún problema (no sería la primera vez que me pierdo, o me equivoco de sede judicial).
Sí. El de la furgo había decidido bajarse justo en ese momento, sin mirar por la ventanilla y verme ahí al lado, yo, tan mona.
Y yo sólo decía, "Vale, ayudadme a ver si la moto está bien, que me tengo que pirar". Se ofrecieron a llevarme al Juzgado para que no cogiera la moto, a llamar a una ambulancia, a la policía, a hacer los papeles, a llevarme al hospital... Y yo sólo decía "Que no os preocupeis, que estoy bien, es sólo el golpe, ayudadme a arrancar, joder, que me tengo que ir ¿me he roto los pantalones?" Y el de la furgoneta: "Pero, chiqui (se empeñó en llamarme así unas trescientas cincuenta veces) ¿cómo te vas a ir? ¡enseñame el brazo, a ver si lo tienes bien!"
Total, que conseguí irme y llegué al Juzgado con un cuarto de hora de antelación. Mi antebrazo, mi muñeca y el dorso de mi mano se hinchaban y me dolían más por momentos. Y llegó la vista, y el compañero contrario era un absoluto coñazo (por no llamarle otras muchas cosas, porque vaya tio más desagradable), y yo pensando que no sabía qué coño pintaba allí y que estos actos deberían hacerse por escrito, si sólo había dicho una frase ("esta parte se ratifica en su escrito de impugnación"), y el contrario cabreado porque le he discutido el precio de sus habichuelas, y habla que te habla que te habla, y el procurador que me mira con cara de pena, y mi brazo que se hincha y yo que pienso "esto no es profesionalidad, es gilipollez".
Tres horas más tarde (yendo por privado, lo flipo) con mi radiografía tan bonita, me dicen que efectivamente no tengo nada roto pero sí una buena leche, que cuatro o cinco días con venda compresora, frío local e ibuprofeno y que si me sigue doliendo vaya al médico de cabecera.
La pobre Seve se ha quedado solita en casa de mi madre, con un freno un poco tocado. Y yo hoy no sé que me duele más, si la mano o el resto del cuerpo, que lo tengo como si me hubieran pegado una paliza. ¡Ay!